Acerca de Manuel Mercader
Su camino hacia el magisterio quedó perfilado prácticamente desde sus primeros años, ya que varios de sus familiares fueron maestros; pero entre ellos sobresale, luminosamente, la figura de su madre quien era maestra de educación primaria y ejercía la más alta pedagogía, la que se ignora a sí misma, docencia natural que se confunde con la vida a tal grado que «la mano derecha no sabía lo que hacía la mano izquierda». A ella, a Doña «Marichu», como cariñosamente le llamaban, le debemos en cierta forma el estar hoy aquí reunidos. La capacidad de Manuel como maestro no fue «aprendida» sino «convivida» con una mujer que fue “todo un paradigma de amor inteligente», una persona «que observaba siempre con mucha discreción y análisis callado todos los movimientos, gestos, ademanes y actitudes de las personas que conocía y trataba; escuchaba con gran naturalidad y respeto todo cuanto le querían comunicar sus interlocutores y cuanto se oía conversar a su alrededor o cuanto le contaban de otras personas; era buscada por sus hijos, sus alumnos, sus colegas, los familiares de todos ellos y sus propios amigos, para ser escuchados y orientados en sus problemas de aprendizaje o personales. Era proverbial su don de consejo que, más que consejo, era, como diríamos hoy, su empatía orientadora»
Tal vez hubiera querido Manuel permanecer mucho tiempo en ese mundo infinitamente cordial. Sin embargo el destino, su naturaleza bondadosa y las expectativas de su padre, lo llevaron a temprana edad a un mundo muy diferente donde le aguardaba otro gran modelo educativo: la inteligencia, la disciplina y el espíritu crítico de la Compañía de Jesús.
II. LA COMPAÑÍA DE JESÚS
A los 16 años ingresa al monasterio jesuita de Nuestra Señora de Veruela, en la provincia de Zaragoza, España, hecho que dejaría también una profunda huella en su vida.
Ahí, en la Compañía de Jesús, bajo el mando espiritual amoroso y exigente de Loyola, aprende y reafirma muchas cosas:
- Estudia asiduamente la literatura clásica griega, latina y española que ensancha y modela su pensamiento y su alma mediterránea.
- Aprende a escribir leyendo y escribiendo aprende a leer; de ahí datan sus primeros poemas, crónicas diversas, relatorías y sus cartas, sus cientos y cientos de cartas, que posteriormente se convertirán en una de sus principales herramientas pedagógicas; ¿cuántas personas no hemos recibido el impacto liberador de una carta de Manuel?
- En aquel monasterio aprende a servir, a ser útil en las labores más modestas y la libertad de estar siempre disponible para cualquier causa noble.
- Aprende también, probablemente mediante los ejercicios de San Ignacio, a guardar silencio, el arte de escuchar y escucharse. Ahí vislumbra el valor del soliloquio y el diálogo; la pedagogía del silencio, en donde escuchar es tan importante como hablar. «No teman callar» diría a últimas fechas a sus alumnos, pues, «el silencio y la palabra son hermanos, ninguno de los dos tiene límites, entrelazarlos parece fácil y es difícil, el amor dice el momento».
- Pero, sobre todo, comprende que la vida es una batalla, una batalla que se libra, fundamentalmente, en nuestro interior y muchas veces sin ayuda, que el hombre para ser hombre, tiene que enfrentarse a sí mismo, y que para contribuir auténticamente a que la sociedad avance en justicia y dignidad, es preciso, primeramente el buen combate, «aquel que se libra en nombre de nuestros sueños, transportado de los campos de batalla hacia el interior de nosotros mismos», aquí radica el mayor vencimiento que desearse puede, pues esta lucha, a diferencia de otras con el vecino o con la pared, tiene la singular ventaja de que «a nadie ofende y a todos ilumina».
Como resultado de sus estudios, en 1949 obtiene la Especialidad en Letras Clásicas y en 1959, se titula como Licenciado en Filosofía en la Facultad de Filosofía de San Cugat del Vallés en Barcelona.
Entre 1954 y 1958 trabaja como formador de aprendices de las fábricas y de los catequistas de las parroquias de la población de Tarrassa en Cataluña. Estas labores le revelan su competencia y sus habilidades como asesor y capacitador y le confirman su vocación docente. Aquí aprende, cabalmente, uno de los principios y orientaciones fundamentales de la pedagogía ignaciana: de no destinar a los estudiantes tareas y trabajos, sin antes conocerlos bien, sin indagar cuáles son sus motivaciones mas profundas, para que puedan encontrar su vocación, lo que en el fondo la vida reclama de ellos. La práctica con estos jóvenes le enseña que la vida debe prevalecer sobre la norma, el espíritu sobre la ley y la persona sobre cualquier imposición o conformismo social. En la educación de los jesuitas el superior es «la regla viva», la persona de carne y hueso que le permitirá al estudiante comprender la norma y descubrir su deber, mediante el discernimiento, el diálogo y la oración.
LA INFANCIA
Escuchando por las noches el romper de las olas del mar mediterráneo, en el Prat de Llobregat, un poblado al sur de Barcelona, en Cataluña, nace el maestro Manuel Mercader Martínez el 5 de enero de 1928. Su infancia transcurrió de manera muy ordenada y un tanto solitaria, infancia marcada por dos influencias intensas y contradictorias: el amor y la confianza incondicionales de su madre Ana María Martínez Surroca y la disciplina severa y estricta de su padre, Don Antonio Mercader Larráin.
III. LA MISIÓN EN AMÉRICA LATINA
Con este método y ya ordenado sacerdote, Manuel emprende un nuevo camino, al solicitar su incorporación a las misiones jesuitas «en un lugar que fuera muy distinto de su patria». Tenía en mente que lo enviaran a la India, pero para fortuna nuestra, se le asigna a las organizaciones jesuitas de América Latina.
En 1959 llega a Bolivia para trabajar como ayudante de maestro de novicios y en 1962 ingresa a la Escuela Nacional de Maestros de la ciudad de Sucre, una ciudad netamente estudiantil de Bolivia. Aquí se desempeña como maestro y asesor de estudiantes universitarios y normalistas. Este cambio aun mundo completamente nuevo fue para Manuel, según sus mismas palabras, «un volver a nacer». La comunicación intensa con la juventud estudiosa llenó de vitalidad y esperanza su alma y le abrió nuevos e infinitos horizontes: el alma femenina, (cuya amistad no había podido conocer y cultivar) y la vida política que en aquellos años era particularmente intensa en todo el continente. Recordemos que por esos tiempos nace la teología de la liberación, proliferan las comunidades eclesiales de base y se lleva a cabo, en la ciudad de Medellín, Colombia, la famosa Conferencia Episcopal Latinoamérica, que marcaría un hito en la historia de la iglesia católica, al manifestar clara y categóricamente un compromiso primordial con las personas y los grupos oprimidos y marginados.
Todo esto lo conduce a que su trabajo docente se desarrolle con una gran intensidad y al compromiso político de sentir hambre y sed por el bien común, lo cual le acarrea numerosos problemas con los sectores mas conservadores de la iglesia y de la sociedad, a tal grado que su libertad y su integridad física se encontraron pendiendo de un hilo durante mucho tiempo. En 1971, como fruto de toda esta importante experiencia, escribe su libro «Cristianismo y Revolución en América Latina».
IV. MEXICO: HOGAR ABIERTO
Ese mismo año asistió a un curso de Pastoral Latinoamericana en la ciudad de Quito, Ecuador, donde un colega le recomienda estudiar la Maestría en Orientación y Desarrollo Humano, que estaba a punto de abrirse en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México, bajo la coordinación del Dr. Juan Lafarga.
De nueva cuenta y ligero de equipaje como siempre, emprende un viaje hacia la meseta del Anáhuac y paralelamente recorre un camino más largo y difícil aún: el camino hacia sí mismo.
Estando ya en México y debido a una serie de circunstancias profesionales y políticas y a un largo proceso de reencuentro con su «yo» mas profundo, en el año de 1972 decide dejar el ejercicio del sacerdocio y comenzar un nuevo estado de vida que, mas adelante, lo llevaría a fundar una familia.
Los estudios que lleva a cabo en esa nueva maestría le dan mucho mas de lo que esperaba, pues le permitieron redondear plenamente su filosofía, su trabajo docente y su vida misma, mediante el encuentro con varios maestros y compañeros, comprometidos plenamente con el desarrollo humano; «pero por encima, antes, en y después de estos encuentros -escribe Manuel en su tesis de maestría- estuvo el sorprendente y reiterado descubrimiento de mí mismo en la vida, experiencia profesional, análisis de la misma y propuestas de trabajo educativo y de relación de ayuda, de Carl Rogers».
La lectura de la obra de este gran psicólogo norteamericano, le permite a Manuel una identificación total. Rogers se convierte en su otro yo, un amigo con el que, a partir de ese momento, no ha dejado de dialogar, compartiendo ideas e intuiciones fecundas y sugerentes como éstas que encontramos subrayadas en sus programas y libros:
- Pienso que una de mis mejores maneras de aprender -pero, también, una de las más difíciles- consiste en abandonar mis propias actitudes de defensa... y tratar de comprender lo que la experiencia de otra persona significa para ella»
- «En la educación de los educadores, desaprender es tan importante como aprender».
- «La evaluación de los demás no es guía para mí, pues mi experiencia es mi máxima autoridad. Puedo confiar en ella y gozo al encontrar su armonía».
- «La razón mas importante que me impulsa a arriesgarme es el haber descubierto que al hacerlo, tanto si triunfo como si fracaso, aprendo. Aprender, especialmente de la experiencia, ha sido el elemento principal que ha hecho que mi vida valga la pena. Aprender de ese modo me ayuda a desarrollarme. Por consiguiente, sigo arriesgándome».
- «Las personas son tan hermosas como las puestas de sol, si se les permite que lo sean. En realidad, puede que la razón por la que apreciamos verdaderamente una puesta de sol, es porque no podemos controlarla. Cuando admiro una puesta de sol, como lo hacía el otro día, no se me ocurre decir: «un poco menos naranja en el rincón de la derecha, mas violeta en la base y mayor intensidad en el rosado de la nube». No lo hago. No intento controlar al fenómeno, lo observo con admiración cuando se manifiesta. Cuando más satisfecho me siento de mí mismo, es cuando logro apreciar a un empleado, a mi hijo, a mi hija o mis nietos, del mismo modo».
- «La vida en su óptima expresión, es un proceso dinámico y cambiante, en el que nada está congelado».*
Al egresar de la Maestría desempeña diversas tareas académicas de formación y actualización de maestros, en el Centro de Didáctica de la U.N.A.M. (donde por cierto tuve la suerte, de ser por primera vez su alumno), en el Centro de Comunicación y Tecnología Educativa del I.P.N. y en el Centro de Capacitación para el desarrollo. (En esta institución diseña un modelo de capacitación participativa de funcionarios municipales con el cual sustentaría posteriormente su tesis de maestría).
V. EL MAYAB RESPLANDECIENTE
En 1977 encuentra por fin su destino en la mirada generosa y serena de una mujer extraordinaria, la maestra y poetisa Irene Duch Gary, con quien procreará dos hijos: Pablo y Manuel; y como todo buen caminante que se respete, no podía dejar de recorrer los caminos del «Mayab». En 1979 estableció su domicilio en esta hermosa ciudad de Mérida y un buen día, en el Paraje de Ochil, sintió que le crecieron unas pequeñas raíces, raíces que se profundizan años después - en 1987 - cuando ingresa como asesor a la Unidad 31-A de la UPN, donde se siente, según sus propias palabras, «como pez en el agua».
En esta Universidad el maestro Manuel fundó junto con otros colegas dos posgrados: la Maestría en Educación Preescolar y Primaria y la Maestría en Educación, en donde diseña la línea de Docencia y Desarrollo Humano, pieza fundamental de este programa, que se proyectó también en la línea de Especialización de la nueva Maestría en Desarrollo Educativo y en los tres grupos que tiene el Diplomado en Docencia y Desarrollo Humano, que ofrece actualmente nuestra Institución y en un sinnúmero de cursos, charlas y escritos de diversa índole.
Estos programas y eventos académicos, son una pequeña muestra de lo que ha sembrado el Maestro Manuel Mercader Martínez en Yucatán y en tantos y tantos lugares; sólo Dios sabe lo cuantioso de la cosecha; pero lo que si sabemos ahora, es que el magisterio es un arte que conduce a la plenitud, y lo sabemos porque lo hemos visto personificado en Manuel y confirmado en estas palabras que escribió para el Profr. Luis Monsreal, en las que también, sin quererlo, describe su propio magisterio:
«El docente pleno, el maestro total, el portador y testigo de valores humanos enaltecedores, salvadores, educadores; ese ser que día a día, en todos los espacios, tiempos y circunstancias, aprende, comunica, recibe bondades, bienes; es el que ha recibido el encargo de velar por él mismo y por aquellos a quienes se debe por encargo de la sociedad. Es un encargo sagrado, religioso, que nos convierte en misioneros, en consagrados, en hombres y mujeres disponibles, prestos, atentos, siempre en servicio solidario del mundo de los niños y niñas, de los jóvenes y las jóvenes, de quien nos rodea, de sus vidas y de sus allegados; creadores de colectivos comprometidos con la profesión de educar y educarse, de transformar y transformarse, de crecer y construir, de acompañar, de facilitar el encuentro de las personas, encuentro consigo mismos y con los otros, con la sociedad y con la naturaleza, con el universo, con la vida y para la vida, herederos de la alegría y la felicidad de dar y darse, de amar sin medida, de ser en plenitud». Así sea para el bien de todos y para mayor gloria de Dios.